LA NAVE QUE FALTA
De "LA NAVE QUE FALTA"
Primera Edición: Alkimia Libros, 2007
Alberto López Serrano
1. EL VELERO
Nunca tuve un velero de juguete
y yo nunca insistí por conseguirlo.
Jugaba a carros, pero más a mirlo,
a ser guayaba, a ser veloz cohete.
Pero pasó que, cerca de los siete,
se me llenó la tierra, sin sentirlo,
del mar al conocerlo, y al asirlo,
¡la visión de un velero que arremete!
Y así como si nada siempre andaba,
pues seguí siendo el mirlo, la guayaba,
pero un niño distinto en el sendero.
Era un velero sobre tierra mudo;
andaba hacia los ríos y, desnudo,
ellos eran el mar y yo el velero.
***
Me gusta contemplar mi piel desnuda
bañándose en el río, irresistible,
palparla con mi ejército invencible
de dedos que me bajan la bermuda.
Piel silenciosa y tibia, siempre aguda
mientras yo la recorro así flexible,
con cosquilleo en celo incontenible
bajo el vaivén del agua que me escuda.
Yo navego desnudo en este río
y me gozo con cada miembro mío
palpado amenamente por completo.
Del más fino cabello hasta las plantas,
yo te amo, cuerpo mío, que me encantas,
y es mi cómplice el río en el secreto.
***
Ay, pero es que hoy… Amanecí mojado…
No quiero trabajar también confieso.
Ah, decía, mojado con un beso
que el alma muy serena me ha dejado.
Y no crean que estoy malhumorado.
Tampoco piensen mal, no es nada de eso.
Sólo que ciertos labios -¡soy travieso!-
me han -¡ay!- en sus vaivenes sofocado.
No quiero levantarme. Estoy desnudo.
Diré que lo majado es porque sudo
tanto al dormir. A ustedes… No les miento.
Salí molesto por la noche al río,
a navegar, y regresé sin frío,
tranquilo con su beso en el aliento.
6. EL RÍO
para Louie
Si tú no fueras río, sino un lago,
sería tuya la corriente quieta
que segura se mece e indiscreta
en lo estable del monte con su halago.
No sería tu fondo en sendas vago
no tendría tu piel otra faceta
más que la calma y suave que se aquieta
porque los montes cubren de lo aciago.
Pero es mejor que lago tú no seas,
así te haces camino según creas,
cambiante en tus facetas como luna.
Mejor que seas libre como un río
que viaja por los montes sin más lío
que haber los mismos mares como cuna.
9. EL FARO
La tierra que camina siempre sola,
el paso inconfundible siempre suave.
Ancorada en el puerto está la nave
y el mar espera en rebramar de ola.
El faro sobre el viento se enarbola
con luz que extiende su señal de ave.
Se asoma ya tras la montaña grave
el mar que aguardo en caminar que asola.
Sobre senda sin hora sin hora ni equipaje,
perdido el rastro, el Algo para el viaje,
avanzo hacia los muelles, la salida.
De par en par los montes han de abrirse
en la cumbre y los pasos han de asirse
al faro que ilumina la partida.
La partida que el faro me ilumina
se mece sobre el muelle y en las ondas.
Mis pasos a lo lejos como sondas
hundidas en el viento que alucina.
La luz que entre la niebla se adivina
del mar arranca, en esperanzas hondas,
los bramidos que evítenme las rondas
inútiles en senda que se empina.
Aguarda el muelle el paso peregrino
que en espero monte hace el camino
para bajar al mar que bulle y brama.
Viento que empuja el paso a la marisma,
sombra que vibra y es la voz que abisma
la luz entre lo oscuro que me llama.
Y me llama la luz entre lo oscuro
que envuelve el faro en el negror profundo.
Anda el paso en su senda de errabundo
hacia el mar bajo el monte denso y duro.
Tierra que busca el mar de canto puro,
voy recluido en mi paso vagabundo
sobre las mismas huellas en mi mundo.
¿No son mis montes como un alto muro?
Ando la senda y subo la muralla
y siento que en mis ojos luz estalla
mientras undoso el mar más cerca brilla.
Faro que enciende el horizonte entero
viajando por la sombra y el sendero
que al mar junta los pasos en la orilla.
20. CERTEZA
Seguro que después del mar hay otra
tierra que espera sostener mis pasos.
¿Hasta cuándo el vagar entre aletazos?
¿Adónde el suelo donde el ancla empotra?
Corro, corro, respiro sofocado,
y la llama se apaga y ya no alumbra.
La estrella más allá de la penumbra
se esmera en el tenerme ilusionado.
Los remos de mi barca ya no empujan,
ya no cogen mis redes más que viento,
las ansias de la sed se me apretujan.
Yo sé que no es en vano todo intento
de usar la vela que al vagar se aferra
porque después del mar hay otra tierra.
21. MIS SEMILLAS
¿Qué de mí si en el mas no hubiese el puerto?
Los mismos pasos tras las mismas vías,
los mismos días como velas frías,
sin el faro que inunde mi desierto.
¿Qué de mis alas sin volar liberto?
El rumbo atado a las fronteras mías,
las manos lejos de plantar, vacías,
la luz con que mi nombre va cubierto.
En las monótonas y umbrías sendas,
yo soltaría, por atar mis riendas,
las impares semillas, ser Alberto.
Pero las siembro libres en la orilla
del mar y bajo el faro el puerto brilla
con la luz silenciosa de mi huerto.
22. LA NAVE QUE FALTA
El muelle bien construido me sostiene
y aguardo la salida de mi nave.
Mar y alto faro, ¿quién de ustedes sabe
por qué barca la espera me retiene?
Filas de naves sin final contiene
que al ojo pareciera más no cabe;
sin barca para el mar undoso y grave
sólo un espacio el triste muelle tiene.
Camino entre las velas que se agitan
por los vientos que al mar las precipitan
a buscar la brillante luz del día.
Impacienta a las naves la partida
y no encuentro mi nombre en la salida.
La que hace falta, ¿no es la barca mía?
23. LA PIEDRA
¡Esta manía de quedarme quieto
cuando quiero saltar y despeñarme!
Locura de lanzarme sin lanzarme
persiguiendo las olas en secreto.
¿Al mar doy mi caída abstracta? Inquieto
al muelle y me refreno sin quejarme,
me clavo a un tablón al sujetarme
agitando mis alas de concreto.
¿Es éste afán de interpretar desnudo,
quieto, con un candil en mi locura,
como actor de ficción en cuadro mudo?
Quizás por gusto guardo mi apostura…
¡Cuando las olas quiébrenme el escudo,
no sabré interpretar la piedra dura!
24. EL MAR ME DICE
El mar me dice: «¿Por qué, dulce Alberto,»
‒bramando en cada sílaba‒ «tu sueño
persiste sin tener ni el más pequeño
signo del barco ansiado por el puerto?
¿A quién has de ofrecer del casto huerto
las cosechas? ¿A quién irá el empeño
de tus manos? ¿Por qué dejas el ceño
en vigilia y el muelle siempre abierto?
¿Por qué quedarte en esperar eterno
de lo que no será? Contesta, tierno
Alberto, ¿a quién esperas silencioso,
fija en el horizonte la mirada?»
‒Quizás espero inútil la llegada
de un barco que no existe ni en esbozo.
Primera Edición: Alkimia Libros, 2007
Alberto López Serrano
1. EL VELERO
Nunca tuve un velero de juguete
y yo nunca insistí por conseguirlo.
Jugaba a carros, pero más a mirlo,
a ser guayaba, a ser veloz cohete.
Pero pasó que, cerca de los siete,
se me llenó la tierra, sin sentirlo,
del mar al conocerlo, y al asirlo,
¡la visión de un velero que arremete!
Y así como si nada siempre andaba,
pues seguí siendo el mirlo, la guayaba,
pero un niño distinto en el sendero.
Era un velero sobre tierra mudo;
andaba hacia los ríos y, desnudo,
ellos eran el mar y yo el velero.
***
Me gusta contemplar mi piel desnuda
bañándose en el río, irresistible,
palparla con mi ejército invencible
de dedos que me bajan la bermuda.
Piel silenciosa y tibia, siempre aguda
mientras yo la recorro así flexible,
con cosquilleo en celo incontenible
bajo el vaivén del agua que me escuda.
Yo navego desnudo en este río
y me gozo con cada miembro mío
palpado amenamente por completo.
Del más fino cabello hasta las plantas,
yo te amo, cuerpo mío, que me encantas,
y es mi cómplice el río en el secreto.
***
Ay, pero es que hoy… Amanecí mojado…
No quiero trabajar también confieso.
Ah, decía, mojado con un beso
que el alma muy serena me ha dejado.
Y no crean que estoy malhumorado.
Tampoco piensen mal, no es nada de eso.
Sólo que ciertos labios -¡soy travieso!-
me han -¡ay!- en sus vaivenes sofocado.
No quiero levantarme. Estoy desnudo.
Diré que lo majado es porque sudo
tanto al dormir. A ustedes… No les miento.
Salí molesto por la noche al río,
a navegar, y regresé sin frío,
tranquilo con su beso en el aliento.
6. EL RÍO
para Louie
Si tú no fueras río, sino un lago,
sería tuya la corriente quieta
que segura se mece e indiscreta
en lo estable del monte con su halago.
No sería tu fondo en sendas vago
no tendría tu piel otra faceta
más que la calma y suave que se aquieta
porque los montes cubren de lo aciago.
Pero es mejor que lago tú no seas,
así te haces camino según creas,
cambiante en tus facetas como luna.
Mejor que seas libre como un río
que viaja por los montes sin más lío
que haber los mismos mares como cuna.
9. EL FARO
La tierra que camina siempre sola,
el paso inconfundible siempre suave.
Ancorada en el puerto está la nave
y el mar espera en rebramar de ola.
El faro sobre el viento se enarbola
con luz que extiende su señal de ave.
Se asoma ya tras la montaña grave
el mar que aguardo en caminar que asola.
Sobre senda sin hora sin hora ni equipaje,
perdido el rastro, el Algo para el viaje,
avanzo hacia los muelles, la salida.
De par en par los montes han de abrirse
en la cumbre y los pasos han de asirse
al faro que ilumina la partida.
***
La partida que el faro me ilumina
se mece sobre el muelle y en las ondas.
Mis pasos a lo lejos como sondas
hundidas en el viento que alucina.
La luz que entre la niebla se adivina
del mar arranca, en esperanzas hondas,
los bramidos que evítenme las rondas
inútiles en senda que se empina.
Aguarda el muelle el paso peregrino
que en espero monte hace el camino
para bajar al mar que bulle y brama.
Viento que empuja el paso a la marisma,
sombra que vibra y es la voz que abisma
la luz entre lo oscuro que me llama.
***
Y me llama la luz entre lo oscuro
que envuelve el faro en el negror profundo.
Anda el paso en su senda de errabundo
hacia el mar bajo el monte denso y duro.
Tierra que busca el mar de canto puro,
voy recluido en mi paso vagabundo
sobre las mismas huellas en mi mundo.
¿No son mis montes como un alto muro?
Ando la senda y subo la muralla
y siento que en mis ojos luz estalla
mientras undoso el mar más cerca brilla.
Faro que enciende el horizonte entero
viajando por la sombra y el sendero
que al mar junta los pasos en la orilla.
20. CERTEZA
Seguro que después del mar hay otra
tierra que espera sostener mis pasos.
¿Hasta cuándo el vagar entre aletazos?
¿Adónde el suelo donde el ancla empotra?
Corro, corro, respiro sofocado,
y la llama se apaga y ya no alumbra.
La estrella más allá de la penumbra
se esmera en el tenerme ilusionado.
Los remos de mi barca ya no empujan,
ya no cogen mis redes más que viento,
las ansias de la sed se me apretujan.
Yo sé que no es en vano todo intento
de usar la vela que al vagar se aferra
porque después del mar hay otra tierra.
21. MIS SEMILLAS
¿Qué de mí si en el mas no hubiese el puerto?
Los mismos pasos tras las mismas vías,
los mismos días como velas frías,
sin el faro que inunde mi desierto.
¿Qué de mis alas sin volar liberto?
El rumbo atado a las fronteras mías,
las manos lejos de plantar, vacías,
la luz con que mi nombre va cubierto.
En las monótonas y umbrías sendas,
yo soltaría, por atar mis riendas,
las impares semillas, ser Alberto.
Pero las siembro libres en la orilla
del mar y bajo el faro el puerto brilla
con la luz silenciosa de mi huerto.
22. LA NAVE QUE FALTA
El muelle bien construido me sostiene
y aguardo la salida de mi nave.
Mar y alto faro, ¿quién de ustedes sabe
por qué barca la espera me retiene?
Filas de naves sin final contiene
que al ojo pareciera más no cabe;
sin barca para el mar undoso y grave
sólo un espacio el triste muelle tiene.
Camino entre las velas que se agitan
por los vientos que al mar las precipitan
a buscar la brillante luz del día.
Impacienta a las naves la partida
y no encuentro mi nombre en la salida.
La que hace falta, ¿no es la barca mía?
23. LA PIEDRA
¡Esta manía de quedarme quieto
cuando quiero saltar y despeñarme!
Locura de lanzarme sin lanzarme
persiguiendo las olas en secreto.
¿Al mar doy mi caída abstracta? Inquieto
al muelle y me refreno sin quejarme,
me clavo a un tablón al sujetarme
agitando mis alas de concreto.
¿Es éste afán de interpretar desnudo,
quieto, con un candil en mi locura,
como actor de ficción en cuadro mudo?
Quizás por gusto guardo mi apostura…
¡Cuando las olas quiébrenme el escudo,
no sabré interpretar la piedra dura!
24. EL MAR ME DICE
El mar me dice: «¿Por qué, dulce Alberto,»
‒bramando en cada sílaba‒ «tu sueño
persiste sin tener ni el más pequeño
signo del barco ansiado por el puerto?
¿A quién has de ofrecer del casto huerto
las cosechas? ¿A quién irá el empeño
de tus manos? ¿Por qué dejas el ceño
en vigilia y el muelle siempre abierto?
¿Por qué quedarte en esperar eterno
de lo que no será? Contesta, tierno
Alberto, ¿a quién esperas silencioso,
fija en el horizonte la mirada?»
‒Quizás espero inútil la llegada
de un barco que no existe ni en esbozo.
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