De "Y QUÉ IMPOSIBLE NO LLAMARTE INGLE"


 Y QUÉ IMPOSIBLE NO LLAMARTE INGLE
Alberto López Serrano

IV
Una gota de agua (me pareció)
se convertía en océano,
me desdibujaban las olas la voz,
mi piedra trastocada en monte firme,
un trazo rústico develando el sendero de fluidos
y la médula toda concentrada en mis labios
y mi piel toda traslucida en lengua
que olvida el alfabeto,
el arpa
(¡y qué importaban alfabeto y arpa!),
y el polvo de mis átomos
resurgido en pálpitos de aliento,
y van rajando tus labios los míos,
y el cuello abandonado a tu saliva,
y el pecho humedecido en tus mordiscos,
y el muslo abandonando los escudos
y aquello que lubrica entre los muslos esperando,
y lengua desgarrándome el abdomen
y mi ombligo que en poco ignora lo que sigue…


XVII
Y yo tan seriecito,
y yo tan tiernamente pintiparado
y queriendo devolverte el sismo,
o una réplica quizás,
o alguna respuesta que vibre en tu costado,
y yo tan decente y contenido.

Ay, ¿qué respuesta?
Y yo tan prudente
y tú que me alucinas la piel de las costillas
y tú que me curvas la espina de los nervios
Y tú…
Y yo…
Y yo que apenas…
Y tú que tanto me…
Y yo…
Y yo que parecía tan seriecito.



XVIII
¿Será posible, pregunto, que tan lejos llegue la violencia?
Yo no sé,
pero a cada calle surgir puede la fatal certeza,
pero a cada esquina sorprenderme puede…
…y yo pensando en tus muslos…

¿Será posible, pienso, que silencie mis pasos la violencia?
Puede ser, yo sé,
que algún asalto me calcine el rumbo,
que algún disparo me taladre el tórax…
…y yo pensando en tus labios…

Me interesa tu nombre
y el caos que le sigue en mi silencio,
palabra clave que a la muerte mata,
suspensión temporal de doble filo
como una hoja de afeitar mi barba,
como espejos que aprenden a no esperar sonrisas,
Tanta calle, tanta esquina, tanto asalto,
y así no más la incertidumbre envuelve
…y yo envuelto en la ilusión del alba transparente.

¿Será posible, digo, que esta guerra calcine nuestro sentido?
Sólo sé que, por hoy,
andar solo en estas calles me desquicia
y la peor certeza me despierta y me agudiza los sentidos:
Que apenas te he besado.



XXX
Hay algo en toda tarde que suena hueco y mudo,
yo no sé si las horas,
quizás los puntos muertos
que vamos dibujando en todo el calendario,
sin creer que son días,
ni fueron ni… ¿serán?
Pero serían mudos como el rostro de un santo,
un santo con tus ojos, desde luego,
y yo te llegaría a leer versos al altar
como quien lee salmos paganos de Walt Whitman
susurrando matices escondidos y anublados
por donde menos pienses,
y sabría que es inútil,
oídos de reloj.

Deberían hablar los calendarios
y decir que esperamos de por gusto,
por muchas manchas que uno ponga,
nada…
Son como santos,
mudos,
sabiendo bien que nunca hacen milagros,
y no sé si lo sufren,
sólo sé que me iré rayando cada esquina de los días,
cada luna,
como un creyente ciego y firme,
y con velas quemadas de a mentiras,
que suenen huecas,
mudas cada tarde.



XXXIII
Podría pedirte muchas cosas,
ser compañeros en días austeros,
alborotarte como el viento que se arroja a los árboles,
cometer pecados horribles
y que Dios olvide nuestros actos,
escribir tormentos como sólo queda una hoja
en la rama desnuda de mi vacío corazón,
¿sabes quién es la hoja tardía?,
fugaz visión,
genio que se arrastra en silencio…

Podría pedirte muchas cosas,
por ese me-gustas que me has dicho,
si no, nada habría que pedir.

Me pondré de pie en la hoja de la rama desnuda
para que me recuerdes al oír los truenos
y pienses: él era un huracán,
y me voy a apoyar de nuevo en las palabras
para quedarme contigo,
quizás te pida: guarda este libro,
o que estudiantes lean mi nombre en un libro de escuela
y se miren de reojo al saber de ti en mi biografía.

Pero no,
ya que ni extiendes mis alas ni las cortas de una vez,
me quedo en esta hoja de la rama desnuda
y te pido que mi fama tiñas de vacío.




XXXV
La vez anterior que nos vimos
quería seguirte el paso con mis ojos
y saber si pesabas sobre el suelo
o eras un jamás que lleva el viento a la carrera,
o un pronto que será, que está o que fue,
no sé,
como nube.

Pensé en tu voz para darte validez
por imposible y por lejana.
No has llamado en tantos días: nube justificada.

Y yo colgado al viento,
a media noche odiando las estrellas –menos Venus–
y me acuerdo de Safo
que también duerme en soledad a media noche.




XXXVIII
Sólo olvidarte me será imposible.
Sabré de alguna boca de labios delgados,
de los muchos lunares de una frente,
y que algún beso desbordó mi cauce.

Yo no sabré de quién,
pero un deseo ilícito de carne,
un derramar la piel –yo no sabré de quién–,
como pensar Babel –pero confusión sin nombre–,
sabré de alguna cama
y el dónde y cómo,
y sabré que fue una noche de febrero
y que gocé al extremo los sentidos.

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