SELECCIÓN DE POEMAS
Poemas de Alberto López Serrano
· Del libro LA NAVE QUE FALTA (Alkimia Libros, 2007)
· Del libro LA NAVE QUE FALTA (Alkimia Libros, 2007)
PARTIDA
Es
mi ilusión la más inmensa y pura
entregarme
a las aguas de los mares
y
cortar con mis labios los pilares
que
a mi tierra sostienen blanda y dura.
Necia
la tierra en el buscar la altura,
imperturbable
su ánimo en altares;
pero
sabe, y lo dicen sus cantares,
que
ha de ceder ante la vasta hondura.
Distancia
que es anhelo de ser beso,
afán
de hondo camino sin regreso
al
ser yo entre las olas mi equipaje.
Yo
soy la embarcación y el marinero
que
han de buscar el resplandor severo
de
los mares azules en el Viaje.
Seguro
que después del mar hay otra
tierra
que espera sostener mis pasos.
¿Hasta
cuándo el vagar entre aletazos?
¿Adónde
el suelo donde el ancla empotra?
Corro,
corro, respiro sofocado,
y
la llama se apaga y ya no alumbra.
La
estrella más allá de la penumbra
se
esmera en el tenerme ilusionado.
Los
remos de mi barca ya no empujan,
ya
no cogen mis redes más que viento,
las
ansias de la sed se me apretujan.
Yo
sé que no es en vano todo intento
de
usar la vela que al vagar se aferra Alberto López Serrano, en YSUCA
porque
después del mar hay otra tierra. programa La Bohemia, con Aída Párraga
Diciembre 2007
LA NAVE QUE
FALTA
El
muelle bien construido me sostiene
y
aguardo la salida de mi nave.
Mar
y alto faro, ¿quién de ustedes sabe
por
qué barca la espera me retiene?
Filas
de naves sin final contiene
que
al ojo pareciera más no cabe;
sin
barca para el mar undoso y grave
sólo
un espacio el triste muelle tiene.
Camino
entre las velas que se agitan
por
los vientos que al mar las precipitan
a
buscar la brillante luz del día.
Impacienta
a las naves la partida
y
no encuentro mi nombre en la salida.
La
que hace falta, ¿no es la barca mía?
EL MAR ME DICE
El
mar me dice: «¿Por qué, dulce Alberto,»
‒bramando
en cada sílaba‒ «tu sueño
persiste
sin tener ni el más pequeño
signo
del barco ansiado por el puerto?
¿A
quién has de ofrecer del casto huerto
las
cosechas? ¿A quién irá el empeño
de
tus manos? ¿Por qué dejas el ceño
en
vigilia y el muelle siempre abierto?
¿Por
qué quedarte en esperar eterno
de
lo que no será? Contesta, tierno
Alberto,
¿a quién esperas silencioso,
fija
en el horizonte la mirada?»
‒Quizás
espero inútil la llegada
de
un barco que no existe ni en esbozo.
·
Del
libro CIEN SONETOS DE ALBERTO
(Alkimia Libros, 2009)
DISTANCIA
El
mundo libre no me deja amarte
en este mar de cuerpos lujuriosos,
y mi rostro con ojos jubilosos
sabe mil versos de la piel sacarte.
Dos palabras me bastan para darte
los placeres y al mundo decorosos
ojos mostrar, y hablar tan silenciosos
que a ti el estruendo llega a sonrojarte.
Sin abrirlas, mis alas te despliego.
Sin tocarte, mis labios te acarician.
Sin verte, robo de tus ojos fuego.
Por estos mares que en pudor se envician,
se aleja el cuerpo la distancia leve,
y nadie mira que el pulgar se mueve.
en este mar de cuerpos lujuriosos,
y mi rostro con ojos jubilosos
sabe mil versos de la piel sacarte.
Dos palabras me bastan para darte
los placeres y al mundo decorosos
ojos mostrar, y hablar tan silenciosos
que a ti el estruendo llega a sonrojarte.
Sin abrirlas, mis alas te despliego.
Sin tocarte, mis labios te acarician.
Sin verte, robo de tus ojos fuego.
Por estos mares que en pudor se envician,
se aleja el cuerpo la distancia leve,
y nadie mira que el pulgar se mueve.
Alberto López Serrano, en YSUCA
programa La Bohemia, con Aída Párraga
Julio 2007
LA PIEDRA
El
Alma derramé sobre la arena
queriendo
cosechar con tanta prisa,
y
hoy recojo mi polvo y mi ceniza,
semillas
del vacío en sombra ajena.
Y
el loco resonar de una cadena
prendida
a mis razones se eterniza
en
una brasa moribunda y lisa
que
resbala en mi monte y lo gangrena.
¿No
es esta la visión que vuelve piedra
el
delirio del Fuego mientras medra?
Cumplo
mi suerte a la virtud oscura;
ya
después, cuando plano quede el monte,
cuando
lance mi Alma al horizonte,
voy
a lanzar, tal vez, la piedra dura.
CAMINAR EN
CÍRCULOS (LA VIDA ABSURDA)
Sólo
una cosa miro en los espejos:
la
interminable ronda de mi historia
que
tercamente guarda en su memoria
el
más torpe y cabal de los reflejos.
Tu
recuerdo que inútil, caprichoso,
es
el mismo que siempre pasa y pasa,
fugaz
y eterno en la victoria escasa
de
mirar para siempre al claro foso.
Mi
necio afán que ahora está, cobarde,
sin
poder esperar (¿porque ya es tarde?)
ni
la vaga señal de tu reflejo.
Entonces
me entretengo en lo soñado,
viendo
el reflejo de un imaginado
espejo
que repite a otro espejo.
LA
VOZ DE LA LLUVIA
Salgamos
a la lluvia sin vestidos,
sea
leve llovizna o bien torrente,
y
juntos de la mano, alta la frente,
corramos
por las gotas embestidos.
Brindemos
la experiencia a los sentidos
ahogando
rumores de la gente.
El
pasto nos acoge indiferente,
salgamos
juntos a coger latidos.
Deja
el paraguas. ¡Bellos y Desnudos
Somos!
La lluvia oigamos sin escudos
y
demos libre el beso de la boca.
Dame
la mano, el ánimo que tejes,
únelo
al mío y de escuchar no dejes
de
la lluvia la voz que nos convoca.
SONRISAS
Deberían
venderse las sonrisas,
haríamos
bastante, lo aseguro,
plenos
los labios en fulgor maduro
de
inmensas regalías imprecisas.
¡Quién
no daría grandes y precisas
cantidades
por algo que es tan puro
y
la dicha obtener en su conjuro!
¡Deberían
venderse las sonrisas!
Pero
es mejor que no sepan de ventas,
así
se dan enteras y contentas
a
todos sin pensar en garantías.
Sonrisas
que no sean espejismos
y
den sinceras de nosotros mismos
ofrendas
de perfectas armonías.
·
Del
libro Y QUÉ IMPOSIBLE NO LLAMARTE INGLE
(Primera
edición, La Cabuda Cartonera, 2009; segunda, Editorial Equizzero, 2011)
IX
Así
como quien dice “Desde luego”
el
clavel que te extendía la mirada
desde
el asiento cada uno de este auto
así
como esperando quién empieza,
y
mi aliento en explosión de partículas de nervio
y
el gesto de mis labios juntos
y
mirando los árboles del parque.
¡No
supe ya dónde correr!
Y
lo demás así como si no alumbrara,
como
si no hubiera farola en esta acera,
así
como de estrellas adoquinándose la calle.
Y
tomaste el clavel extendido con tus ojos
cuando
desnudo fui volviendo el rostro,
la
pauta,
y
desvergonzada tu cara quemando la mía
cuando
me enredan tus brazos
y
me llevas apretado al sudoroso instante
y
me deja sordo la inquietud
que
murmuras húmeda en mi oído,
como
quien vive para vibrar
ante
la insinuación de la vida.
Desvergonzadamente,
quitando
las camisas,
atropelladamente,
como
un derroche gozoso de botones por sí solos,
y
se fue acercando a tu cuello mi labio
así
como quien dice “Por supuesto”.
XVII
Y
yo tan seriecito,
y
yo tan tiernamente pintiparado
y
queriendo devolverte el sismo,
o
una réplica quizás,
o
alguna respuesta que vibre en tu costado,
y
yo tan decente y contenido.
Ay,
¿qué respuesta?
Y
yo tan prudente
y
tú que me alucinas la piel de las costillas
y
tú que me curvas la espina de los nervios
Y
tú…
Y
yo…
Y
yo que apenas…
Y
tú que tanto me…
Y
yo…
Y
yo que parecía tan seriecito.
XXIV
¿En
qué piensas cuando incendias a un arcángel con tu saliva
que
de labio a labio bulle transparente?
¿En
un beso no más?
¿En
el húmedo trueque no más?
¿En
arcángel que ansía calcinarse?
¿En
las carbonizadas alas?
Yo
pienso en el beso,
el
trueque,
y
que prenderme fuego es lo que ansío.
Por
eso busco en tus labios la chispa que mi pólvora desate,
la
chispa que me incendie todos los sentidos,
todas
las costumbres.
¿En
qué piensas al quemar las alas del arcángel?
No
temas carbonizarlas,
hace
mucho que me incomodan,
hace
tanto que me estorban tal como quien dice “¿Y esas alas?”
Un
beso ansío,
un
trueque,
y
un arcángel liberado en tu saliva.
XXIX
Saber
que vienen de gozarse juntos
por
las chispas que salen de sus ojos,
a
nadie se le oculta,
ni
a Esquilo.
Se
leen los copiosos besos en ambos cuellos,
muestran
sus manos la indecorosa gloria de los muslos,
olor
del vicio en las mejillas suaves,
destilan
el deseo corrupto y consumado con cada paso,
arrastran
sus miembros desbaratados en lascivia,
en
la frente los sellos de ardor desmesurado,
y
en la espalda el sudor con voz que los delata.
A
nadie se le oculta,
ni
a Esquilo,
de
dónde es que venimos esta noche…
XXXVIII
Sólo
olvidarte me será imposible.
Sabré
de alguna boca de labios delgados,
de
los muchos lunares de una frente,
y
que algún beso desbordó mi cauce.
Yo
no sabré de quién,
pero
un deseo ilícito de carne,
un
derramar la piel –yo no sabré de quién–,
como
pensar Babel –pero confusión sin nombre–,
sabré
de alguna cama
y
el dónde y cómo,
y
sabré que fue una noche de febrero
y
que gocé al extremo los sentidos.
·
Del
libro MONTAÑA Y OTROS POEMAS
(Editorial Equizzero, 2010)
De
la serie YA TENGO LA ILUSIÓN Y LA CAÍDA
I
¡Inútil
ofrecerte yo mis labios
si
seguiré inventándome tus besos
como
ensayar de labios en espejos
y
limpiarles saliva con las manos!
¡De
qué me sirve, entonces, el latido
que
feliz me arrebola y me sacude!
¿De
qué me sirve, entonces, esa nube
que
tiende mi ilusión que te confío?
¿Que
no es como un jardín que me florece
y
sin poder oler con qué fragancias
se
ilumina el contorno de mi cara?
¡Quizás
inútil sea!... ¡Quizá a veces
espero
tanto el Alba de tus labios,
y
ya en la espera se llegó el ocaso!
II
Quisiera
recorrerte con mis manos
como
un batir del corazón sonoro,
como
un terrible vendaval de asombro,
como
nombrar tus poros con mis labios.
Pero
en silencio guardo compostura
como
quien limpia un vidrio varias veces
para
que al mundo luzca transparente,
sin
parecer que ignora ni que duda.
Y
correr y gritar a todo el mundo
que
quiero despertar con besos tuyos
quebrándome
el cristal que me reprime.
Y
es por gusto el batir, que grite o vuelva
o
me muestre dispuesto… A fin de cuentas,
te
escribo versos… que de nada sirven.
XII
Arden
todas mis células contigo
y
tan pequeño el corazón que tengo
para
ofrecerte estancia y paraíso.
Ni
tejados ni vítores ni puertas,
sólo
canción de tartamudos bronces
que
a cada aliento tocan tus canciones
como
un jardín de abejas y alhucemas.
Como
un reguero de pequeños soles,
te
ofrezco mis luciérnagas, mi huerto,
una
fiesta de nidos y panales,
lenguaje
de cerezas, sin mis yoes,
telúricos
latidos buscacielos.
Yo
no te ofrezco miel: te ofrezco sangre.
De
la serie MONTAÑA
VIII
Soy
feliz en la montaña, soy una piedra que se esconde de los labios que le ríen,
sangro más que el arroyo, me alimento de hierbas. No hay piedra más triste,
debo olvidar el calor de las calles. Me escondo, soy feliz en la montaña, en el
paso del río, en las nubes, en la lluvia que acendra mis músculos verdes. En el
espejo del río a las nubes canto con mi lengua de hierro, bebo musgos y
caracoles, bebo el sol que se revuelca en la piel del agua y soy feliz en la
montaña.
·
De
UNA
MADRUGADA DEL SIGLO XXI, antología por Vladimir Amaya, 2010.
ODISEO
Pobre
Odiseo,
finalmente
en casa,
y no está,
las
paredes volviéndose viento
y
el piso escarbando con sus raíces:
¿no
es que eran de agua los desvelos de antes?
Tantos
años para darse cuenta que su piel es como la tierra:
vulnerable,
como
estar para usarse públicamente,
y
cuelga en las ventanas una fotografía de sus manos,
aquellas manos
de tejer y destejer.
Hoy
navegan el océano,
y
el pobre Odiseo es un espantapájaros de madera
que
cae como grano en el cemento.
Y
recuerda el encanto en Circe,
Calipso: el paraíso…
Pero
Ítaca es esto:
una
cama que espera,
vacía,
sin
las manos que tejen y destejen:
como
cualquier lugar de extraños y alas rotas,
con
el sol quemándole las carnes,
esperando
entre guijarros húmedos del mar que le lleva.
Pobre
Odiseo,
sangrando
un lento lagrimeo eléctrico.
Ítaca
es navajas de afeitar,
Ítaca
es el ruido de las hojas secas rodando por el suelo seco,
Ítaca…
Y
se aleja más y más por el mar…
y
Odiseo plantado en las esquinas de Ítaca:
punto muerto,
prendiendo las
farolas,
vagando en su
propia tierra ajena,
coleccionando
cantos con adioses,
pinchando la memoria con un catálogo
pueril de recuerdos,
y
un abierto y amplio camino de lágrimas
como un tapiz de todo lo que falta.
Pobre
Odiseo,
si
por lo menos supiera tejer…
·
De
EL LIBRO DE EDUARDO (Inédito)
PON EL SOL
San Isidro
Labrador,
quita el agua,
pon el sol.
Los
jardines
mueren
ya
en
podrido
lodazal
y
sus flores
pasto
son
de
gusanos.
¡Pon
el sol!
Hasta
el mirto,
sin
aroma,
se
entristece
con
sus hojas.
Tanta
el agua,
oh
patrón,
que
nos mandas.
¡Pon
el sol!
Ya
no salen
a
correr
mis
amigos,
del
llover
se
aburrieron,
¡así
son!
No
más agua.
¡Pon
el sol!
En
los pozos
del
brocal
sale
el agua
sin
parar.
Ya
no cabe,
mi
pastor,
más
tormenta.
¡Pon
el sol!
San
Isidro,
ni
los sapos
chapotean,
cruzan
brazos
y
bostezan,
“Chaparrón
te
pedimos.”
¡Pon
el sol!
Los
tomates
de
papá
se
perdieron;
ni
jugar
se
me antoja.
Labrador,
eres
necio.
¡Pon
el sol!
Junto
al río
el
maizal
se
ha lavado,
y
el canal
para
el riego
no
me es hoy
la
gran cosa.
¡Pon
el sol!
Ya
se queja
mi
mamá
de
goteras
y
humedad,
que
ese santo
mal
oyó
y
se excede.
¡Pon
el sol!
Ya
ni quiero
ver
tus vacas,
los
potreros
no
se pasan,
ay,
qué lodo,
ay
señor,
quita
el agua.
¡Pon
el sol!
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